Crítica: "Midsommar: El Terror No Espera La Noche" de Ari Aster
- Luis Javier Sanchez Gomez
- 27 sept 2019
- 5 Min. de lectura

Primera vez publicado en Periódico El Mexicano el 26 de septiembre de 2019.
Actualmente, se vive una época bastante estimulante y creativa para el cine de terror; la entrada al 2010 y el impulso comercial para productoras independientes marcaron una nueva ola de autores y propuestas que buscan nuevas formas de hacer temblar al espectador en sus butacas.
Éste movimiento se caracteriza principalmente por su creatividad, al alejarse de los estándares implementados por el horror comercial, y el desarrollo de complejos conceptos dramáticos, haciendo que el género pise terrenos que en muy pocas ocasiones se ha atrevido a pisar. Ejemplos perfectos de lo mencionado serían “El Babadook” (2014) y su metáfora sobre el peso emocional del luto, “La Bruja” (2015) y su ambiciosa exploración de la maldad inherente en la naturaleza humana, e incluso la galardonada “¡Huye!” (2017) que se atrevió a experimentar con un balance entre comedia y horror acompañada por un discurso racial de gran carga sociopolítica.
Sin embargo, aún con el éxito crítico y la popularidad de éstos títulos con los fanáticos del cine de culto, la nueva ola de terror se ha quedado en segundo plano, ya que no ha captado la atención, y hasta recibido cierto rechazo, por parte del público en general acostumbrado al concepto y estilo de terror que el cine comercial proporcionaba en décadas pasadas. Esta barrera fue relativamente derrumbada al momento que Ari Aster presentó su ópera prima “El Legado Del Diablo” (2018), film que fue aclamada por las brillantes actuaciones de su elenco y perturbador tratamiento del género paranormal. Con ello, Aster logró atraer la atención universal y mantuvo en ascuas, tanto a fanáticos de culto como a espectadores casuales, por cuál sería su siguiente obra. Ésta espera termina con el estreno de “Midsommar: El Terror No Espera La Noche”, que supera por mucho las expectativas que se tenían del joven autor cinematográfico.
“Midsommar…” narra los sucesos alrededor de Dani, interpretada por Florence Pugh, una chica que tras el asesinato de sus padres y el suicidio de su hermana cae en una depresión que llega a afectar la relación con su novio Chris, un estudiante de antropología interpretado por Jack Reynor, que por su parte busca cortar lazos lo más pronto posible. Tras una serie de discusiones y malentendidos, Dani termina por acompañar a Chris y a su grupo de amigos en un viaje a una comuna sueca aislada de la sociedad moderna, ello con fines de estudiar una serie de rituales llevados a cabo cada solsticio de verano y poder desarrollar una tesis universitaria al respecto. Sin embargo, mientras más descubren e interactúan en la vida diaria del pueblo, los protagonistas se dan cuenta que, detrás de la armonía de los habitantes, se esconde algo perturbador.
A comparación de sus contemporáneos, como “El Babadook” o “La Bruja”, la temática que conlleva “Midsommar…” en su historia no es de tanto peso o relevancia. Varios de los sucesos que se presentan en pantalla son ligeras metáforas de las emociones que conllevan vivir dentro de una relación tóxica. Las interacciones entre Dani y Chris demuestran que son una pareja inestable donde no sacan ningún provecho uno del otro y se mantienen en constante tensión; aspecto que ambos tienen muy en claro pero que no se atreven a poner sobre la mesa debido al miedo a la soledad por parte de Dani y la negligencia de Chris al no querer experimentar ningún tipo de confrontación. Mientras la trama avanza, el discurso que el film toma es uno muy simple, donde el amor hacia uno mismo y el contacto con nuestros seres queridos pueden ayudar a superar cualquier mal de amores.
Sin embargo, ésta no es una obra que busque atrapar a la audiencia con su historia o mensaje; “Midsommar…” es sin duda uno de esos casos en el que su ejecución estética y técnica la transforma en una experiencia única vista muy pocas veces en la pantalla.
Más que nada, la película se concentra y se toma su tiempo en crear una atmósfera terrorífica que trabaja y es percibida de manera subconsciente. Mientras los personajes van descubriendo el encanto y la paz de la comuna, el espectador sigue a la par éste camino de sorpresa y asombro, gracias a la impecable fotografía, dirección de arte, basado en el folklor de la Suecia tradicional y la envolvente banda sonora. Estos elementos le dan la impresión al público ser testigos de algo místico y maravilloso. Sin embargo, detrás de la hermosura estética se esconden pequeñas y sutiles insinuaciones de todo lo contrario.
Ya sea a través de diminutas imágenes, acciones y pequeños guiños de agresividad en los personajes, se percibe de manera momentánea un aura subliminal de violencia gráfica que, al no ser presentada de manera directa para el espectador, queda tras bambalinas, amenazante, añadiendo una inquietante sensación de ansiedad e inestabilidad a la atmósfera presentada de extrema belleza.
Una vez que este ambiente es sólidamente definido, el film, así como la comuna en la trama, muestra sus verdaderos dientes, dejando en claro que las intenciones de la película no son una invitación para el disfrute ni el entretenimiento del público, más bien lo obliga a presenciar un hipnotizante viaje sensorial lleno de crueldad y paranoia.
Lo sorprendente es como el autor utiliza todo los recursos que tiene a su mano para generar dicha experiencia, siendo estos el uso de calculada mezcla de sonido, excelentes actuaciones de todo el elenco e incluso la implementación de discretos elementos de psicodelia en los efectos especiales, eso sin perder la estética previamente establecida.
Aster demuestra saber cómo y cuándo utilizar dichas herramientas, culpable de provocar un perturbante contraste entre lo bello y lo siniestro, con imágenes y sonidos de gran calidad estética pero que se inclinan hacia lo retorcido, detonando sensaciones desagradables que pueden llegar a afectar de manera profunda al público; poniéndolo en un estado de shock en el que no puede creer lo que está viendo en pantalla; sometiéndolo y haciéndolo partícipe del mismo nivel de vulnerabilidad e incertidumbre que viven los protagonistas escena tras escena en una relación empática entre espectador y personaje que, por cierto, muy pocas veces es lograda en el cine.
A final de cuentas, queda claro que “Midsommar…” no es una película convencional que busca el asustar momentáneamente a la audiencia, busca poner a prueba sus sensibilidades y hacerle vivir una pesadilla única y original. Hacen falta las palabras para describir la experiencia completa que la obra ofrece y, aunque definitivamente no está hecha para todo el público, claramente es un gran sabor de boca para el cine de terror moderno y la dirección que toma la carrera de Ari Aster en el género. Simplemente indescriptible y una obra que tiene que ser presenciada en carne propia al menos una vez.
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